Todo ser humano persigue la felicidad incluso sin ser consciente de ello. Cualquier acción que emprendemos siempre tiene como último fin el otorgarnos algún tipo de satisfacción. Vivimos persiguiendo esa felicidad que cuando llega no deja de ser efímera  y se nos escapan de las manos. ¿Y si te dijera que la felicidad puede ser alcanzada y mantenida de manera fácil y duradera? ¿Y si además te dijera que el encontrarla nada tuviera que ver con lo que te suceda?

La felicidad que se escapa

En nuestra cultura el futuro y la felicidad suelen ir de la mano. Ponemos nuestra esperanza en que al llegar a aquello que deseamos, que siempre ocurrirá en el futuro, nos sentiremos felices. En ese empeño nos pasamos gran parte de nuestra vida sin dar demasiado importancia a la sensación de insatisfacción que subyace bajo ese anhelo.

Normalmente, con el paso de los años comenzamos a darnos cuenta de que hay algo que se nos escapa. Además de eso, la vida suele ayudarnos a empujar este proceso de cambio y crecimiento personal, otorgándonos esas noches oscuras que tanto nos hacen avanzar. Tras esos proceso de dolor y sufrimiento solemos darnos cuenta de qué cosas importan realmente; y gracias a ellos, vamos avanzando hacía el reconocimiento de nuestro verdadero Ser.

El aquí y ahora

Tras cierto tiempo de maduración personal son muchas las personas que se dan cuenta de que su felicidad no depende de nada exterior. En muchos casos, al llegar a ese punto surge una sensación de vacío e inestabilidad totalmente normal. La llegada de algo nuevo siempre es motivo de cierto desequilibrio. En este momento vital te das cuenta de que todo aquello que antes te empujaba ahora ya no te llama la atención. Ya no necesitas consumir, competir, ni poner tus expectativas en un futuro que no conoces. Cada vez necesitas menos y eres consciente de que el hecho de añadir cosas a tu vida no te hará más feliz.

Es bajo estas circunstancias cuando podemos ver que la verdadera felicidad no tiene causa en absoluto. Cuando somos realmente felices sentimos una especie de luz que brota de nuestro interior independientemente de las circunstancias. Pero ¿cómo llegar a ese sentimiento? ¡Muy sencillo! Tan solo mantén toda tu atención en cada cosa que hagas. Sé uno con el momento presente. Acepta totalmente lo que suceda, sin juicio. Cada vez que conseguimos esto, aunque sea por cortos espacios de tiempo, abrimos paso a nuestra luz interior llenando de gozo toda nuestra realidad.

Da igual lo que suceda. Da igual lo que estemos haciendo. Da igual con quién estemos. Cualquier situación vivida desde la plena conciencia puede ser el origen de una profunda felicidad sin causa.

 


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