La mente humana, cuyo mayor cometido es mantenernos a salvo, puede ser la responsable de muchos malestares. Una mente que no vaya más allá de sus funciones puede ser una gran amiga y compañera. Sin embargo, cuando la mente nos engatusa seduciéndonos con el juego de los juicios y opuestos, de amiga se convertirá en enemiga.
Creencias y experiencias pasadas
Nuestra mente funciona a partir de las creencias heredadas, así como de aquellas opiniones que las experiencias vividas nos han dejado como regalo. Por ejemplo, gracias a que un día nos quemó el fuego, es muy posible que no nos vuelva a pasar. Para este tipo de menesteres la mente será nuestra más fiel aliada.
De la misma manera, las creencias que hemos heredado a lo largo de nuestra vida filtrarán las experiencias que vivamos catalogándolas de positivas o negativas. Esto sucederá de manera automática y, casi siempre, sin que pase por el filtro del sentido común. Aquí es donde la mente y su contenido pueden convertirse en malos compañeros de viaje.
Lo antiguo resta frescura al momento presente
Si consentimos en permitir que nuestra mente se enrede en interpretaciones basadas en creencias inconscientes, es muy posible que nuestra vida pierda el color y la alegría. Cuando juzgamos aquello que nos ocurre en el presente poniéndole el filtro de las creencias, nos perdemos lo que en realidad está sucediendo.
Ante la mayoría de las situaciones, nuestra mente está programada para reaccionar. Esas reacciones provienen siempre de algo que nos sucedió en el pasado o incluso de algo que sucedió a las personas que nos educaron. Son mecanismos muy sencillos. Aunque tal sencillez no significa que no sean capaces de dar lugar a interpretaciones bastante complejas y, a menudo, dolorosas.
El campesino y su hijo
Un campesino que trabajaba duramente la tierra con su hijo un día vio que su caballo un día se había marchado. Su hijo apenado le dijo:
-¿Qué desgraciados somos padre? ¡Ya no tenemos caballo!
– ¿Desgracia? Veremos qué trae la vida… – respondió el padre
Con el paso del tiempo el caballo regresó acompañado. Entonces el hijo le dijo a su padre:
– ¡Qué suerte hemos tenido padre! ¡Ahora tenemos dos caballos!
El padre volvió a decir: – ¿Suerte? Veremos qué trae la vida…
Unos días después, el hijo intentó montar al caballo nuevo. Al no reconocer el caballo al jinete lo arrojó al suelo haciendo que este se fracturara una pierna. En esta ocasión la mente del hijo volvió a decir:
– ¡Padre! ¡Somos desgraciados de nuevo! Con la pierna rota no podré ayudarte en el campo-.
De nuevo, el padre en su gran sabiduría dijo: – ¿desgracia? Veremos qué trae la vida…-
A los pocos días llegaron al pueblo los enviados del rey buscando jóvenes para enviar a la guerra. Al llegar a casa del campesino y ver el estado de su hijo siguieron su camino sin llevarse al muchacho por tener la pierna rota.
De esta manera el hijo del campesino entendió que nada es lo que parece y que aunque la mente se empeñe en etiquetar las experiencias, esa no es la realidad.
Cada vez que permitimos, de manera inconsciente, que nuestra mente ponga una etiqueta de bueno o malo a aquello que estemos experimentando nos perderemos vivir el momento con todos sus matices. Nada es positivo o negativo en si mismo. La vida siempre nos traerá las experiencias que más necesitemos. En nuestra mano estará de qué manera las vivimos.
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