En materia de educación, todo son teorías.
No hay padres ni métodos de educación perfectos. Nos basta con buscar un poco de información para encontrar la opinión de muchos especialistas, opiniones estas muchas veces contradictorias. Pero, ¿no sería de esperar que los especialistas en educación opinasen igual (por lo menos parecido)?
La respuesta sería SÍ, si la educación fuese una ciencia exacta, si niños y ambiente fuesen constantes de una ecuación (y aun así, no es lo mismo 1:2 que 2:1).
Cada niño es un ser único, resultado de la suma de material genético (mitad de cada progenitor, elegido al azar por una naturaleza que es sabia) y del ambiente en que crece y se desarrolla. Para complicar un poco más, este ambiente (que es mucho más que una casa o un país) puede influenciar nuestra vida según las experiencias anteriores que nos tocó vivir.
Con tantas variables, se puede entender que especialistas opinen distinto y que los padres nos sintamos, por veces, tan perdidos.
Por mucho que lo intentemos, no seremos perfectos. Nos vamos a equivocar o, por lo menos, siempre nos quedará la duda (qué hubiera pasado si…).
Nuestros padres también se han equivocado algunas veces, igual que nuestros abuelos. Y ¡aquí estamos!
No existiendo educación ideal e infalible, nos toca intentar educar nuestros pequeños lo mejor posible, dentro de nuestras creencias (educativas) y de unos límites saludables.
La sociedad cambió mucho y sigue cambiando. Si pensamos en nuestra infancia y en la que se vive hoy, nos daremos cuenta de las diferencias. Hay diferencias en el tipo de juegos, en la tecnología pero también en las reglas de la propia sociedad. Estas diferencias, que sucedieron de forma tan rápida, no nos permitieron una adaptación. No podemos recurrir a los moldes educativos de nuestros padres para educar nuestros hijos puesto que esas reglas no tendrían sentido en la sociedad actual. Actualmente, los hijos tutean a los padres y demás familiares, algo considerado de muy mala educación hace no mucho tiempo.
Pero, ¿hasta qué punto estos cambios siguen en los límites saludables?
Soy naturópata y no especialista en educación, pero me permito tener mi opinión al respecto (como persona y como madre).
Los límites serán saludables mientras permitan un desarrollo feliz y sin perjudicar a los demás (nuestra libertad termina donde empieza la del otro).
Es aquí donde empiezan a surgir las dificultades.
Hace poco tiempo, encontré una amiga (una especialista en educación) y hablábamos justo de este tema.
Según ella, hoy se nota una gran falta de autoridad, lo que lleva a todos los problemas tan conocidos en los días de hoy: bullying, depresión y ansiedad en edades tempranas, entre otros.
Mi opinión es distinta. Personalmente no creo que tengamos que vivir relaciones autoritarias con nuestros hijos, pero es necesario sustituir las reglas de mando por comunicación, afectividad y confianza.
Si hubo algo en que ambas compartíamos opinión, es que no será posible crear adultos equilibrados si no les permitimos ser niños.
¿Cómo podemos pretender que un niño reaccione como un adulto si hay ocasiones en que incluso a los adultos nos cuesta reaccionar de forma correcta? Más, ¿cómo queremos que reaccione como un adulto si los mantenemos en una burbuja, viendo peligros en cada rincón?
A veces me parece que, si existiera la posibilidad, los mantendríamos dentro del vientre materno para tenerlos protegidos a cada minuto del día.
Pero empecemos por partes.
Comunicación
Si queremos que nuestros hijos se conviertan en adultos, quizás tenga sentido tratarlos como tal. De nada sirve querer un resultado y trabajar en otro sentido. Por supuesto no dejan de ser niños de un día para otro, pero pueden tomar determinadas decisiones y ayudar en las actividades del hogar. Principalmente, hablar mucho, hablar de todo. Crear una relación basada en la comunicación, donde podemos hablar pero también debemos escuchar. Dónde sus opiniones y decisiones cuentan, siempre que no conlleven un peligro real.
Confianza
La confianza es la base de una relación sólida, pero debe existir en ambos sentidos. La confianza aporta seguridad en uno mismo, lo que permitirá al niño jugar, explorar su mundo y relacionarse. En una relación donde exista verdadera confianza, no hace falta la burbuja ni el control desmedido. Incluso porque querer no siempre es poder. Queremos que nunca se haga daño pero no podremos hacerlo. Si hay confianza, acudirán a nosotros cuando necesiten y estaremos allí para apoyarlos. La parte más complicada, quizás sea saber hasta dónde se les puede dar libertad, pero si hay comunicación, estoy segura que lo tendremos claro. Confianza es dejar volar y saber que volverá al nido.
Afectividad
“A amar no se aprende amando sino sintiéndonos amados”. Esta frase la escuché hace ya tiempo, no sé quién la dijo pero la veo muy acertada. Es la primera enseñanza que le damos a nuestros hijos cuando, al nacer, sienten nuestras caricias, les alimentamos y cuidamos. Personalmente no creo que se deba dejar llorar a un bebé. Si llora, nos necesita y debemos estar allí para que entienda que está en casa, que está seguro (sí, muchos especialistas no estarán de acuerdo conmigo). Es esta afectividad que, en conjunto con la confianza y la comunicación, va a formar la autoestima de nuestros hijos. Más, de esta relación saldrán los modelos de sus relaciones futuras.
Después de todo esto, no podemos olvidar que el crecimiento es un proceso. No podemos mantenerlos en el vientre materno y no debemos tirarlos a la vida adulta (llegarán a ella cuando sea el momento).
Hasta pronto,
Idália Viviana
Naturópata y Formadora en Espacio Seryluz
Autora de “El Blog Natural”
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